La Nueva Doctrina Estrategica de Bush

Lo que tapa el escudo.

Andrés Ortega,
El Pais.es


No se sabe aún lo que va a ser, pero algo será, e incluso si no llega a ser lo que se pretende que sea, tendrá consecuencias. El escudo de defensa limitada contra misiles balísticos (BDM) que pretende desarrollar la Administración de Bush, amalgamando proyectos en curso y otros nuevos, previsiblemente ya no diferenciará entre defensa nacional y defensa de los demás, llamada por Estados Unidos de teatro (de operaciones) o en buques en el mar, para proteger tropas desplegadas en el extranjero o complacer a unos aliados cuya opinión al respecto dista de ser unánime. En julio, EE UU llevará a cabo una nueva prueba, la cuarta en una serie en la que sólo tuvo éxito la primera.

El escudo esconde otros procesos: la búsqueda de una doctrina estratégica adaptada a los tiempos actuales, un impulso industrial y el más que probable traslado de la carrera de armamentos al espacio. A diferencia de Clinton, que fue actuando sin una base doctrinal, Bush busca una redefinición de la doctrina de la disuasión nuclear adaptada al mundo actual. Los acuerdos de la guerra fría, los START, que redujeron las armas ofensivas, y el ABM, que limita los sistemas defensivos, tenían una lógica interna: la destrucción mutua asegurada (la famosa MAD) entre Estados Unidos y la URSS. Pero también reposaban sobre la igualdad entre las dos superpotencias. La situación actual no sólo significa, como ha insistido Bush, que EE UU y Rusia ya no son enemigos, sino, para desesperación de Putin, que ya no son iguales, y por eso Moscú se aferra en lo que puede al ABM, porque refuerza su status. De forma poco creíble -pues, como ha comentado George Melloan, 'Putin necesita a Bush más que Bush a Putin'-, éste ha amenazado con responder a un escudo aumentando las cargas nucleares rusas, y ha advertido contra lo que más le preocupa: acciones unilaterales de EE UU. Pero Washington busca ahora una doctrina y una estructura de seguridad que repose sobre su hegemonía como única hiperpotencia, que en Madrid, llamó 'estrategia de seguridad total'.

El final de una era
Es el final de una era, de la guerra fría, incluso de la posguerra fría, o el principio de otra que aún no tiene nombre. Pero en la nueva situación, la disuasión nuclear ya no cuenta tanto para Estados Unidos. De ahí que Bush esté dispuesto a reducciones importantes, incluso unilaterales, en su arsenal nuclear y busque una defensa que no se sabe si funciona. Ahora bien, no es seguro que la apruebe un Senado ahora dominado por los demócratas, algo más reticentes al programa. Sobre todo, a diferencia de los años de la guerra fría, no hay consenso político interno sobre una nueva doctrina estratégica. Quizá Clinton hiciera bien en no buscarla, pues el mundo es mucho más complejo, las guerras y las intervenciones más probables, aunque la perspectiva de guerra total haya retrocedido. En un mundo en el que en África un fusil AK-47 se puede comprar por menos de 15 dólares, o en el que el terrorismo con pocos medios puede hacer estragos, las posibilidades de conflictos al margen de las armas de alta tecnología son inmensas, y llevan a la injerencia y a la intervención de las potencias occidentales por cuestión de interés, de moral o de presión mediática, el llamado efecto CNN.

La disuasión nuclear puede funcionar para otros, véase hoy Paquistán e India, o en un futuro para China e India. El escudo estaría dirigido contra posibles Estados gamberros. El informe Rumsfeld (hoy jefe del Pentágono) de 1998 cita a Irán, Irak y Corea del Norte, pero también a Rusia y China, pero, a diez años vista, no se sabe ni quiénes serán ni qué armas tendrán.

Dicho esto, nada prueba que si EE UU desarrolla una BDM generará una carrera armamentista nuclear, aunque China querrá disponer de sistemas con, al menos, una mínima efectividad. 'No se ha podido demostrar que eso [el escudo] vaya a producir menos seguridad', señaló Aznar en Madrid ante Bush. Pero, tampoco lo contrario. De momento, no se ha demostrado nada, salvo que las reglas de la guerra fría ya no son aplicables.

En todo caso, franceses y alemanes tienen razón al considerar que la mejor manera de evitar la proliferación de estas armas no es con un escudo, sino con medidas que eviten su fabricación, con una política activa, como la prohibición total de las pruebas nucleares (rechazada por los republicanos en el Senado), o unas medidas de control más efectivas en el Tratado de No Proliferación, o el Régimen de Control de Tecnología de Misiles (RCTM), creado en 1987, con 33 miembros en la actualidad. Tras la implosión de la URSS, los componentes y los expertos se pueden vender al mejor postor.

Mientras, y casi independientemente, el armamentismo convencional sigue su propio terrible curso. Antes incluso de que nazca el escudo, cabe notar que desde el año pasado, los presupuestos militares han vuelto a aumentar de forma significativa en EE UU, en Rusia, en China y en algunos países europeos.

El programa del escudo va a ser también una forma de subvencionar la industria aeroespacial estadounidense, que hace frente a una creciente competencia europea, rusa, japonesa y china. En vez de mirar tanto al horizonte, conviene levantar la vista hacia el espacio, pues es ahí donde reside el mayor peligro para EE UU, más dependiente que nunca en los satélites y, por tanto, más vulnerable. Unos nanodispositivos poco detectables, que se pegan a los satélites, pueden, si se activan llegado el momento, inutilizarlos. Pero, además, EE UU quizá pueda sacar provecho de nuevas armas en el espacio, como los láser, que, en una interpretación laxa, no serían de destrucción masiva, prohibidas por un acuerdo internacional de 1967.

No es casualidad que en estas semanas EE UU haya decidido integrar su Centro de Sistemas Espaciales y de Misiles (SMC) en el Mando Espacial de la Fuerza Aérea. O que Moscú haya creado una nueva Fuerza Espacial Militar, encargada del lanzamiento de satélites civiles y militares. Ni que China haya presentado en la Conferencia de Desarme en Ginebra un proyecto de Tratado para prohibir las armas en el espacio.

La 'seguridad total' es un sueño, pero Bush sabe que es popular en EE UU, un país que quiere ser el primero, y el único.

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